Cal Pons (la colonia textil que me ha
servido de modelo para escribir Garras de seda) es uno de los muchos ejemplos de colonia
industrial que des del 1858 se empiezan a instalar en los márgenes de los ríos de la Cataluña
rural interior. En los lugares donde se asientan provocan un cambio total: de una
actividad básicamente agraria y manufacturera se pasa al nuevo mundo de la fábrica
y de la industria moderna. Los hombres y mujeres que vivieron estas continuas
fundaciones –en el berguedà de 1858 al 1910− eran conscientes que vivían una época
de cambios que les alejaba de la vida tradicional de sus pasados ancestros pero
que llevaba el sello del progreso. Con la llegada de les grandes fabricas los
habitantes de la zona vivieron el fin de las guerras carlinas, de las cuadrillas, los robos,
las dobles contribuciones... y el trabajo a las colonias fue, en general, bien
acogido.
Es de señalar el interés de los fabricantes
de rio para conseguir una mano de obra dócil y laboriosa, en lugares alejados
de los centros industriales más conflictivos. Coincide en zonas que vivieron
muy de cerca el problema del carlismo y que son tradicionalmente conservadoras.
Lo que facilita la adaptación al sistema de trabajo industrial.
El paternalismo de los propietarios
se manifiesta en el control económico (por el trabajo que se da a toda la familia),
físico (proporcionándole un piso dentro de
las murallas de la colonia) y ideológico (a través del director y del cura
que se convierten en los guías morales de los trabajadores).
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